La apertura del primer hostal está cambiando el ambiente de esta isla reconocida por sus aguas ideales para bucear y sus amables habitantes.
Calor seco, mar calipso, viento, palmeras que interrumpen la arena blanca y el ruido del motor de los aviones provenientes de Bogotá que aterrizan cada diez minutos en la corta pista que termina en el “mar de los siete colores”. Todo eso se ve mientras se toma “coco loco”, el coctel local, en la playa.
En San Andrés los turistas mueven la economía desde que sus habitantes (inmigrantes africanos) tienen uso de razón.
¿El tour de la mantarraya? ¿Por el día a Johnny Kay? ¿Necesita arrendar un carrito de golf? ¿Curso de buceo? ¿Marihuana jamaiquina? ¿Foto con el negrito que sabe como te gusta “la cosa”?
Playas para tender la toalla hay para regodearse en la isla principal, las vecinas Providencia y Santa Catalina, y en los cayos aledaños. Pero una vez que se está instalado en cualquiera de ellas, la oferta a lo largo del día es la misma y se podría resumir en esas cinco preguntas del párrafo anterior.
Lo que más abunda es gente sonriente. Y no son solo los viajeros. También sonríen los nativos que crecieron aprendiendo a atender turistas, porque sus padres les enseñaron que así subsistirían en esta isla de 26 kilómetros cuadrados, con 43 spots para bucear, ubicada en medio del Mar Caribe, que pertenece a Colombia pero es más cercana a Nicaragua; y donde aparte de peces y cangrejos, lo único que llega son personas de vacaciones.
Eso sí, vacacionar en San Andrés hasta hace unos años era un lujo de familias acomodadas. La apertura de nuevos vuelos y, sobre todo, la construcción del primer hostal, han comenzado a darle un nuevo ritmo a este paisaje justo antes de que se convirtiera en la nueva Cancún o Punta de Cana.
El nuevo público son los mochileros. La razón que más atribuyen los locales es la apertura de El Viajero, un hostal perteneciente al joven uruguayo Ignacio Lussich (37). Un viajero empedernido que luego de recorrer el mundo decidió comenzar por casa. Comenzó en América del Sur hasta que vio en San Andrés un diamante en bruto ya que la única posibilidad de alojarse acá hasta ahora, era uno de los siete all inclusive de la cadena Decameron.
Su llegada fue vista con buenos ojos por los lugareños, ya que estos nuevos viajeros sí compran sus tours, se datean con las ofertas que mejor combinan precio-calidad y han abierto una nueva posibilidad de comercio para la isla.
Por ejemplo, en la mañana la playa más fácil de alcanzar está al frente de la costanera, donde se amontonan botillerías y bazares de productos acuáticos; que han ido cediendo espacio a tiendas con nombres de grandes marcas cómo Tommy Hilfiger y Hugo Boss. Aunque en la mayoría sólo vendan imitaciones bien parecidas.
Para la tarde, hay para elegir entre discotecs hechas para los turistas donde prima la cumbia colombiana y los bares rastafaris, donde se puede conocer más de la cultura local.
Ahí radica la gracia de San Andrés. Se puede volver a casa con la lencería del Victoria’s Secret verdadero o con el falso por un cuarto del precio. Seguro nadie lo notará. Volverás con las mismas trenzas, el mismo tatuaje de henna, te habrás bronceado y habrás visto peces que no te imaginaste que verías. El modo all inclusive o mochilero queda a tu elección.