Cada vez que mi novia sacaba el tema de recorrer las playas de la Región de Atacama, yo la escuchaba sin entender por qué ella hablaba tan maravillada. No podía imaginar qué de especial tenían esos lugares, -debe ser que esa es su región natal, pensaba para mis adentros. En realidad, imaginaba playas como las que ya conocía en otras regiones de Chile, pero mucho más soleadas, desérticas y solitarias. Nada que a mí me llamara demasiado la atención.
Sin embargo, un día decidí que haríamos ese recorrido y terminé descubriendo que la Región de Atacama tenía mucho que ofrecer, tanto que no hubiese podido imaginar.
Comenzamos el recorrido por Caldera y Bahía Inglesa, ambas playas son muy concurridas. No obstante, mi novia quería mostrarme uno de esos lugares que conoció en su infancia y que en ese entonces, le parecían un tesoro oculto de la naturaleza, ya que muy poca gente llegaba a visitar. Uno de esos lugares era Playa Virgen, una pequeña bahía de arena blanca y aguas color turquesa, turísticamente explotada a partir del año 2000, que lejos de parecer deshabitada y secreta, ahora cuenta con cabañas y lugares de camping autorizados.
Playa Virgen está a sólo 7 km al sur de Puerto Viejo -el antiguo puerto de la región-, por lo que tuve la idea de que si íbamos a recorrer el lugar, lo hiciéramos a pie, repitiendo el mismo recorrido que mi novia hacía cuando aquellos eran lugares despoblados.
Llegamos a Puerto Viejo en auto, por el desvío poniente del kilómetro 847 a través de la Ruta 5 Norte. Nuestros amigos se quedaron allí disfrutando del mar cerca de unas dunas. Los cerros del lugar me sorprendieron, eran como pirámides egipcias hechas de arena, erosionadas por el sol. Caminamos hasta la caleta, pues se suponía que detrás de varios roqueríos encontraríamos Playa Virgen.
Subimos hacia las casas de la caleta, y después caminamos por un sendero que nos llevaría arriba del cerro donde termina Puerto Viejo. El camino tenía una vista alucinante. El océano brillaba de azul oscuro y desde las alturas podíamos apreciar su inmensidad. Caminamos por el sendero con la vista clavada en el paisaje, cuando, de pronto, mi novia señaló un meteorito - ¿Qué? ¿Un meteorito? Pregunté un poco alterado. Era el cráter que dejó un impacto antiguo, un agujero en la roca de más o menos 2 metros de diámetro, por el cual se podía observar a través y ver las olas romper debajo de la roca.
A esas alturas, el paseo ya me había fascinado, pero todavía había harto que apreciar. Vimos pequeñas bahías que se armaban cuando bajaba la marea, con arena de conchilla y posas que armaban las olas, donde se podía observar pequeños peces, caracoles y moluscos, incluso encontramos una estrella de mar.
Finalmente, llegamos a Playa Virgen. Nuestros amigos llegaron en auto, un rato después. Almorzamos en el restaurante Turquesa, con una vista panorámica del lugar. La comida estuvo muy buena, y la vista del lugar me sirvió para comprobar que algunas playas de Chile, como Playa Virgen, no tienen nada que envidiar a las postales del Caribe. Es más, si eres de los que disfruta los lugares pequeños y sin multitudes, esta playa es una excelente opción para pasar unos días.
Durante la tarde, armamos nuestras carpas en el camping autorizado, que cuenta con mesas, asaderas, duchas y baños. Durante la noche, asamos pescado que traíamos desde la caleta en Puerto Viejo, mirando el cielo despejado y limpio, con excelente visibilidad para mirar las estrellas.
Al día siguiente, sentí las ganas de descubrir más del sector caminando. Me parecía que no podía dejar pasar la aventura y quería llegar más allá de Playa Virgen. Aprovechamos la mañana nublada y mi novia nos guió por la playa, pues esta vez, ya no iríamos por los cerros, sino por cuevas. Debo advertir que las cuevas en esta zona muchas veces son ocupadas como baño público, por lo que atravesarlas puede ser muy desagradable, imposible para quienes tengan olfato delicado. Yo quise seguir con la aventura a pesar de las quejas y valió la pena. Encontramos otra playa pequeña, esta sí estaba totalmente deshabitada. Playa Ágata, dicen que se llama y en vez de arena tiene sólo piedras de mar, entre las cuales se puede encontrar la piedra Ágata. Pasamos un buen rato escarbando piedras en total soledad. Sólo con el ruido del mar. Cuando abandonamos el lugar y desarmamos nuestras carpas, me sentía totalmente en paz y agradecido de las maravillas de las playas de la Región de Atacama.