Cruzando hacia Argentina por el paso Hua Hum

Cecilia Ananías Jul 8, 2014

La primera vez que crucé hacia nuestro país vecino tenía unos 10 años y fuimos a San Martín de los Andes cruzando el lago Pirihueico (sí, el de la cueca) hasta el Paso Hua Hum. Para mi padre, que vivió una temporada en Panguipulli (otra ciudad mencionada en la cueca), era natural utilizar esta vía: quedaba sólo a un par de horas de la ciudad y ofrecía un paisaje envidiable. Fueron unas vacaciones hermosas, pero como han pasado 14 años desde ese entonces… los recuerdos que me quedan son borrosos. Por eso, el verano pasado quise repetir la historia, pero con mi pololo y viajando a dedo.

El Paso Hua Hum es desconocido para la mayoría de los turistas, que prefieren manejar de corrido desde Pucón u Osorno hacia Argentina. Pero se están perdiendo el medio panorama: conducir a las orillas del lago Panguipulli hasta Neltume, pasar cerca de la Reserva Huilo Huilo, tomar la barcaza en Puerto Fuy y cruzar las frías aguas del lago navegando durante más de una hora hasta Puerto Pirihueico.

Nuestro punto de partida fue Panguipulli, dado que allí vive mi abuela. Para asegurar una llegada rápida, decidimos pagar pasaje en un bus intercomunal que partió desde el terminal de buses de la ciudad y nos paseó por Choshuenco, Neltume y otros poblados pequeños, hasta llegar al puerto.

Llegamos apurados intentando coger la barcaza de las 2 de la tarde, pero fue imposible porque había una fila de turistas enorme y le estaban dando prioridad a los autos. Esto es común en verano y los automovilistas pueden evitar la espera reservando con anticipación. Para los peatones no hay opciones de reserva, pero descubrimos que la mejor fórmula es quedarse un día a alojar en Puerto Fuy y comprar el pasaje a primera hora de la mañana.

Así que ni nos estresamos por habernos quedado en tierra y arrendamos una pieza en una casona recién construida ($12.000 por dos personas con desayuno), disfrutamos unas cazuelas en el restaurante del lugar (alrededor de $3.000 el almuerzo), salimos a caminar a orillas del río Fuy (de aguas turquesas), nos pegamos un helado baño en el lago Pirihueico (hay una playita de arenas negras y kayaks para arrendar) y luego nos recluimos a pasar la noche bien abrigados.

Al día siguiente, nos apostamos afuera de la oficina del muelle y compramos los boletos con facilidad: $870 por persona (creo que he pagado colectivos más caros que eso). El barco tiene tres horarios de salida en verano: a las 8 AM, 1 PM y 6 PM. Nosotros tomamos el primer viaje de la mañana y a pesar de que el amanecer es ideal para tomar fotografías, debo advertir que hay que ir bien abrigado y ojalá llevar un termo con café, porque el viento es heladísimo.

Durante el viaje nos fuimos en la parte exterior de la barcaza, donde uno puede mirar el paisaje tranquilamente apoyado en sus barreras de metal. Lo primero que se ve al partir es el volcán Mocho Choshuenco (llamado así por su forma “ñata”, como si le hubieran pegado un combo a su cono), pero pronto queda atrás, entre los islotes llenos de árboles y roqueríos. Es una hora y media de contemplación, en la que sus cámaras van a quedar cortas de batería.

La barcaza te deja al otro lado del lago, en Puerto Pirihueico, donde se advierte que no hay señal telefónica. Allí hay una oficina para comprar tickets para la barcaza, dos restaurantes y una hostería. Queda en manos del visitante decidir si quedarse ahí, si regresar inmediatamente al otro lado o hacer lo mismo que nosotros: seguir viajando a dedo hasta la aduana del Paso Hua Hum.

Para los que van a dedo, un solo consejo: intentar convencer automovilistas de que te lleven antes de que el barco abra sus compuertas, porque después de eso, salen todos disparados y los peatones deben bajar al final. En caso de quedar tirado, no es tan terrible, por la aduana queda a 5 kilómetros y una vez que se llega allá, pueden tomar una micro hasta Argentina (no pasan tan seguido, pero es algo).

Nosotros tuvimos suerte porque nos pillamos a una pareja reacomodando la carga en medio del camino de ripio y prácticamente nos “adoptaron”: no sólo nos llevaron hasta la aduana (como presupuestábamos), sino que nos fuimos juntos hasta Argentina, donde arrendamos cabañas y vacacionamos juntos, como una gran e improvisada familia. Aunque claro, esa es otra historia.