Cuando decidí viajar a Purmamarca, en la provincia argentina de Jujuy, muchos de mis prejuicios elaborados a lo largo de los años terminaron por enterrarse. Pisar por primera vez una tierra tan hermosa, repleta de historia y cultura, hizo que me deslumbre y al mismo instante me arrepienta por no haber ido antes. El magnífico cielo decorado con montañas de colores, los caminos hacia las cumbres, el aroma a empanadas caseras en cada rincón, las mujeres vestidas con ropas tradicionales, los turistas de todas las nacionalidades perdiéndose en el paisaje, la música folclórica que se escapa de las peñas, las estrellas protagonistas de las noches más bellas y un sinfín de detalles convierten a Purmamarca en un lugar soñado.
La mochila me pesaba demasiado y el cansancio se hacía sentir, era necesario encontrar un lugar para descansar después de haber aterrizado en San Salvador de Jujuy y luego de viajar a Purmamarca en bus durante poco más de una hora. En mi anotador llevaba escrita algunas direcciones de hostales que había encontrado en Internet, pero al llegar he descubierto decenas de otros hospedajes que no figuraban en la web y que resultaron más económicos. Un cartel colgado en una vieja puerta de madera custodiada por un perro viejo me dio la bienvenida a un pequeño pasillo que conectaba con un enorme patio lleno de habitaciones a su alrededor. El dueño del complejo, un señor llamado Luis, me atendió rápidamente con amabilidad, a pesar de que mi llegada había interrumpido su siesta. Luis me ofreció una habitación modesta y acogedora, con lo necesario para vivir algunos días y con una increíble vista al famoso Cerro Siete Colores.
Al tener solucionado el tema de dónde pasar la noche, salí a recorrer las calles tranquilo, sabiendo que tenía mucho tiempo para conocer. Mi plan era llegar a las Salinas Grandes, lugar al que se accede mediante camionetas 4x4 que viajan por el ripio durante más de 3 horas, ubicadas a unos 100 kilómetros de Purmamarca. Ya se había hecho tarde y no iba a poder hacer esa excursión hasta el día siguiente. Mi objetivo entonces fue caminar sin rumbo, observando con asombro cada esquina de un pueblo que tiene apenas 2 mil habitantes, pero que anualmente recibe a un gran flujo de visitantes de todas partes del mundo. Viajar a Purmamarca se convirtió en una cita obligada para los viajeros que llegan a Sudamérica, pues el encanto natural se disfruta con los cinco sentidos.
Maravillado por lo que mis ojos apreciaban, seguí el recorrido de un pequeño camino en subida, entusiasmado y cautivo por la belleza que ofrece la gama de matices sobre el cerro, un manto tamizado que al verlo desde todos los ángulos resulta imponente. Si uno se toma el trabajo de contar cada uno de los colores, realmente verá que hay siete, pero parecen miles por el efecto que causa la luz del sol y la sombra de las nubes. Sin darme cuenta, después de un pequeño rato de caminata, estaba rodeado de la belleza natural de uno de los paisajes más increíbles de la Argentina, estaba dentro del Cerro Siete Colores.
Cultura popular
Al caer la noche, luego de haberme comprado un delicado poncho de llama elaborado por un grupo de mujeres que me lo vendieron amablemente en la feria, decidí visitar una peña folclórica y adentrarme en las profundidades de la cultura popular. Luis, el dueño del hostal, me recomendó una que estaba cerca y allí fui. Al llegar, me sorprendió la humildad del recinto, con detalles de barro y decoración natural. Al fondo, luego de atravesar las penumbras de un comedor relativamente vacío, se escuchaba el sonido de una guitarra y la voz de un cantor que entonaba las coplas de una canción tradicional. Pedí una jarra de vino de la casa y unas deliciosas empanadas de carne para comenzar. Por una ventana pude apreciar el cielo negro y la increíble luz de las estrellas que brillaban más que en ningún otro lugar. Como plato principal, elegí una cazuela de locro casero que llegó justo a tiempo para apaciguar el hambre que me había generado la caminata por el cerro. El músico no paró ni un minuto de tocar y el lugar se fue llenando poco a poco. La fiesta no tardó en aparecer, con parejas bailando y gente festejando la alegría de estar ahí. Para finalizar, un gran aplauso homenajeó tanto al músico como a los cocineros, que nos agasajaron con los manjares típicos de la zona.
Cuando amanecí al día siguiente, desde mi habitación pude apreciar el colorido cerro y no contuve la emoción. No podré borrar jamás esa sensación de mi memoria. Viajar a Purmamarca tiene estas cosas, los detalles más pequeños son los que más deslumbran. Tomé un rápido desayuno en la terraza del hostal y cargué mis cosas para continuar el recorrido, esta vez rumbo a las Salinas Grandes, otro encanto natural de Jujuy. Mi experiencia en el norte argentino fue alucinante, algo que recomiendo y hasta creo necesario para cualquier viajero. Ser testigo en persona de todas las bellezas naturales de Purmamarca no solo me permitió derribar mitos y prejuicios, sino que me hizo crecer como persona. Mi cuerpo y mi alma agradecen haber estado ahí y mi corazón quedó con unas exageradas ganas de volver a ese lugar donde fui feliz.