Mi paso por las famosas Islas Gili me dejó una grata experiencia, aunque parecía, tras poner el pie en la primera isla, que sería nefasta. Menos mal que escogí bien y fui de mal a mejor, quizá si lo hubiera hecho al revés, no hubiera visto alguna de ellas o hubiera estado menos tiempo disfrutando de la verdadera belleza, que aunque me costó encontrarla, se encontraba al final del paraíso…
El viaje por las islas lo empecé con dos amigas aunque lo terminé sola, por querer quedarme más tiempo en la última de ellas.
Al llegar a Gili Trawangan, la más grande de las 3 islas ya aprecié que aquello no era lo que buscaba, pero aún así, me apetecía recorrerla entera y ver qué podía ofrecerme.
Cierto es que busqué información y sabía que cada una de ellas era diferente, Trawangan más festera, Meno la más tranquila de las tres y Air un mix de ambas. Y aunque buscaba paz y tranquilidad, me apetecía conocer las tres Gili para poder comparar.
El día en Gili Trawangan se hizo complicado, había existido un gran temporal unos días antes y estaban todas las playas llenas de basura, en esta ocasión, el paraíso de la isla había desaparecido, así que ni buceo ni snorkel ni nada parecido. El turismo también tuvo mucho que ver, habían botellas de cristal tiradas por la arena y basura “humana”, por desgracia, no solo el temporal había dejado su presencia en la isla. Algo realmente triste porque sí, las Gili son un paraíso. Decidí darle una oportunidad a la noche, hay que conocer cada ambiente de un sitio para poder opinar justificadamente, pero tampoco me dejó buen sabor de boca. Demasiada gente con un alto grado de alcohol en el cuerpo, música excesivamente comercial y pasada de moda y la clase de turismo que precisamente ni necesitaba ni me gusta en absoluto. Así que tras comer algo en el night market con una de mis amigas, decidimos irnos a la cama a ver si descansando, al día siguiente veíamos las cosas de otra manera.
Al despertar, el día estaba bastante lluvioso, decidimos aún así recorrer la isla para ver si encontrábamos otra zona mejor y así fue, al norte de la isla, desde donde se ven increíbles atardeceres, habían unos bungalows nuevos, bastante baratos (150.000 rupias; unos 3.5 euros por persona) y decidimos cambiarnos de alojamiento, ya que aunque en el anterior estábamos realmente bien, la zona no nos llamaba nada la atención, demasiado cerca del puerto, de los bares, de la gente y ¡demasiados mosquitos!.
Gracias al cambio, pudimos disfrutar de un día de playa tranquilo, unos zumos en el bar a pie de arena y una sesión de fotos patrocinada por el artista que allí mismo había creado una escultura meses atrás y que tuvimos el placer de conocerle por estar en ese momento de vacaciones en Trawangan. Una persona realmente interesante, culta y con unas ideas increíbles para crear arte.
La noche fue un poco movidita, se nos había metido un gecko en la habitación y no había manera de encontrarle, así que cada "x" tiempo, nos cantaba su serenata.
Al día siguiente, decidimos cambiar de isla. El barco que nos llevaría hasta Gili Meno, solo tardaba 20 minutos. Al llegar, el tiempo no acompañaba en absoluto, así que decidimos sentarnos en el primer bar que vimos y desayunar algo antes de ponernos a buscar alojamiento, aunque fue tarea sencilla, ya que nos lo ofrecieron nada más dar dos pasos (algo habitual en el sudeste asiático). Tras desayunar fuimos a ojear el guest house y nos quedamos. Aunque no eran cabañitas, era la casa particular de una familia muy agradable (homestay). El lugar se llama “Oce Deh Homestay” y lo recomiendo a todo el que vaya a Meno, ya que aunque sencillo, la amabilidad y generosidad de sus dueños, hacen que sea un sitio especial.
Tras dejar las mochilas, y aunque seguía lloviendo, nos dispusimos a recorrer la isla andando. Estas islas se recorren sin prisa en como máximo 2 horas. Existen “tuk-tuks” tirados por burros, que sinceramente, recomiendo no usar a todo aquel que me lea y que piense un poco en la dignidad del animal. Se pasan más de 15 horas al día trabajando, sin comer, mojándose bajo la lluvia o tostándose al sol, transportando grandes cargas de peso (porque en muchos iban familias enteras con maletas) y con un cuidado casi inexistente por parte de sus “dueños”.
Corriendo un tupido velo por este maltrato animal del cual podría escribir un artículo entero, Gili Meno ya era diferente a su isla antecesora y menos mal. Los dos días que pernocté aquí, fueron lluviosos y poco se podía hacer más que pasear, comer y dormir, pero es que en esta isla no hay mucho más que hacer, es la más tranquila de las tres, e incluso la palabra se le queda corta. Posee un lago de agua salada en el norte de la isla que la hace algo más especial, aunque tal y como su vecina, mantiene las playas llenas de suciedad, aunque en esta ocasión el 100% había sido por el temporal. La isla está mucho menos habitada y la gente local es realmente agradable.
Y por fin, llegaría a mi pequeño paraíso: Gili Air. He de decir que buceo, por lo cual la isla ya tiene encanto para mí, ya que existen muchas escuelas para practicar este deporte y se respira en el ambiente. Pero no solo por ello Air es especial. Cierto que es una mezcla de ambas y puedes disponer tanto de tranquilidad como de fiesta, aunque esta es bastante diferente a la de Trawangan. Mucho más “selecta” y elegante.
Y ¡lució el sol!. Los días que pasé en Gili Air no vi la lluvia caer, era como una señal de que esa era mi isla. Con bares a pie de playa, zonas sin construir, caminos hacia el interior de la isla con warungs (restaurantes) locales en los cuales puedes comer un buen plato de arroz con verduras, carne o lo que te apetezca por apenas 15.000 rupias (1 euro), me di cuenta de que ese era mi lugar.
De dos días que iba a pasar, me quedé cinco (los 3 últimos sola). Me dediqué a bucear entre peces de mil maneras y colores y entre tortugas simpáticas. Los paseos por la isla eran realmente enriquecedores, era como estar en casa. La isla es pequeña y no había mucho turista, por lo que en un par de días, todos nos conocíamos allí y llegar a un bar o entrar al supermercado y que te llamen por tu nombre, no tiene precio. Es difícil de explicar lo que se siente, si no conoces el sitio, pero, al igual que me ha pasado con otros lugares (no muchos), Gili Air atrapa.
Salir de la isla me costó y si no hubiera sido porque estaba en la recta final de mi viaje y aún tenía que saltar a Lombok y Bali (obviamente no había nada obligado, pero quería hacerlo), quizá me hubiera quedado un mes allí, simplemente buceando, haciendo snorkel, paseando, disfrutando de la gastronomía y por supuesto de sus atardeceres.