Recuerdo cuando estaba en el colegio haber visto un documental sobre Rusia, quedé impresionada con sus construcciones y con la inmensidad que reflejan. El año 2015, nueve años después, tuve la oportunidad de conocerlo y mi impresión fue aún mayor, pero algo que llamó completamente mi atención fue el Metro de Moscú. Comenzó a funcionar en los años treinta, con el objetivo de llevar a los trabajadores hacia las fábricas; sus estaciones son de una gran profundidad, pensada en proteger a sus pasajeros de posibles ataques nucleares, por lo que lo primero que llama la atención son sus empinadas y múltiples escaleras mecánicas.
Al llegar abajo cada estación tiene algo para sorprender, ya sean mosaicos, esculturas, murales, pinturas o lámparas colgantes en forma de araña, que te hacen creer que estás visitando la residencia de alguno de los zares. La línea con las estaciones más impresionantes es la línea circular, donde vale la pena bajarse en cada una para contemplarla y sorprenderse. En nuestra visita nos contaron que las estaciones están hechas así, ya que las autoridades querían que la gente se sintiera de la realeza al momento de ir a trabajar y creo que lo lograron, ya que cada estación se convierte en un palacio subterráneo. Quién diría que una de las principales atracciones de esta ciudad, junto con el Kremlin - el palacio presidencial-, sería justamente el principal medio de transporte de sus habitantes. Un destino que vale la pena conocer si tienes la suerte de ir a Moscú.