Ya son 4 años desde que hice mi primer gran viaje sola: el destino era Europa y solo haría Couchsurfing. La mayoría de mis amigos me preguntó si me había vuelto loca, cómo no me daba miedo que me tocara algún lunático asesino o violador; pero no me alcanzaba para hoteles, así es que estaba decidido. ¿Cómo me fue? No creo que haya podido salir mejor, pese a tener dificultades, aprendí que uno se puede sobreponer y que siempre habrá alguien para tenderte una mano.
Una de las experiencias que más me marcó ocurrió en Grecia, el país que había soñado visitar desde muy chica. Era mi materia favorita de Historia y cada vez que podía me arrancaba con un libro a leer sobre su cultura y legendarios personajes. Al llegar me di cuenta que es mucho más de lo que los libros pueden contar y entendí que conocer la historia estando en el mismo lugar donde las cosas sucedieron, no tiene precio.
Al principio tuve problemas porque la persona que me recibiría, canceló a última hora diciendo que se "había olvidado de que yo llegaba y se iba de viaje". Después de 5 minutos de querer matarlo, me puse las pilas y publiqué una llamada de auxilio en la página de Atenas. Cuando ya perdía las esperanzas, me escribió un señor de unos 60 años, muy activo en Couchsurfing a juzgar por su perfil lleno de buenos comentarios. Con un poco de recelo le agradecí y me dispuse a alojar en su casa por 3 días.
Stratos, como se llamaba mi inusual anfitrión, resultó ser un señor de lo más adorable, vivía con su hijo en un departamento en el centro de la ciudad y siempre estaba preocupado de que estuviera cómoda y con el algo de comer en el estómago. Mientras me servía un rico plato de frutas frescas con yogurt griego, me invitaron a conocer el Cabo de Sunión en la Península del Ática que se adentra en el mar Egeo, hacia el sur de Atenas.
Así, partimos temprano recorriendo un lado de la península, pasamos por hermosas playas de piedra o de arena, todas preciosas, almorzamos en uno de los muchos restaurantes del borde costero, donde familias completas degustaban todo tipo de pescados, mariscos, crustáceos, entre otras especialidades marinas. Al final de la península llegamos al Cabo Sunión, donde nos recibieron las imponentes ruinas del Templo de Poseidón, construido en el s. VI a.C. en honor al dios del mar. Está ubicado sobre un acantilado de 70 metros dominando todo el Mediterráneo. Esta impresionante construcción era lo último que veían los marineros que se aventuraban hacia otras tierras, y lo primero cuando volvían a casa.
En este lugar, Stratos me contó la leyenda que le dio nombre al mar que baña la península. Según los antiguos relatos, un famoso reyde Atenas, Egeo, envió a su hijo Teseo a pelear contra el Minotauro a Creta, al despedirse los dos acordaron que si sobrevivía, su barco volvería con una bandera blanca en el mástil. Por el contrario, si moría, se dejaría la bandera negra que utilizaban para los tiempos de guerra. Desde entonces el padre pasaba largas horas mirando hacia el horizonte por donde tendría que volver su hijo. Tiempo después, Teseo venció a su enemigo y volvió, pero olvidó el acuerdo que había hecho con su padre. Cuando Egeo vio ondear la bandera negra en el barco de su hijo, no lo pudo soportar y se quitó la vida lanzándose al acantilado. Desde entonces el pueblo griego lo llama el mar de Egeo.
Estando parada en lo alto del acantilado con el templo a mi espalda y con el mar extendiéndose hacia el infinito, tuve uno de esos instantes en la aventura de todo viajero, cuando sabes que ese es un momento que recordarás para siempre, un tesoro que quedará en tu memoria y que nadie te podrá quitar, sientes que el corazón te podría explotar de emoción de haber logrado algo con lo que habías soñado tanto tiempo.