Hacía mucho tiempo que tenías ganas de viajar nuevamente a Argentina, es uno de mis destinos preferidos, quizás por la cercanía con Chile, así que planifique una escapada para el país trasandino, esta vez visitaría el sur, lugar al que alguna vez cuando pequeña fui con mis padres; y como las ansias de poder descansar, relajarme y conocer una ciudad diferente eran muchas, me metí a internet y saque pasajes a San Martín de los Andes.
Como soy una viajera, que le gusta apreciar un tanto los paisajes, viaje en bus, la combinación más económica según mi experiencia es viajar hasta alguna ciudad al sur de Chile, en mi caso Temuco, y de ahí sacar boletos para San Martín de los Andes, a través de algunas de las empresas de transporte de pasajeros, yo opté por Igillaima (bueno, bonito y barato) el costo del ticket, en aquel entonces, fue de $22.000 ida y vuelta.
El viaje comenzó de noche hasta Temuco, debía llegar antes de las 07:00 AM porque el bus hasta San Martín si todo salía como lo presupuestado partiría a eso de las 07:30 horas, pues bien salimos con media hora de retraso aproximadamente, sin embargo eso no importaba, ya que comenzaría la aventura con la que antes de cruzar a Argentina, y toparnos con un zorro amarillo en la frontera, pasamos por diversas ciudades de Chile.
Al llegar a San Martin de los Andes, considerado parte de la patagonia Argentina, son varios los personajes que se acercan a ofrecerte alojamientos en sus casas a penas bajas del bus, pero yo ya tenía reservada una cabaña por una de las zonas más alejadas de la ciudad, en sí eran un par de cuadras de las primeras calles del centro, pero según lo observado ofrecían paz y tranquilidad que es lo andaba buscando. Por ello me subí a un taxi, remix creo que le llaman los argentinos, y me dirigí a las Cabañas Apart Peumayen, las cuales tenían una vista maravillosa, además de diversos servicios como sauna, piscina temperada, jacuzzi, entre otras.
Una vez ahí, y estando instalada, salí a recorrer la ciudad, salí de las cabañas y comencé a caminar hacia una de las plazas de la ciudad unas diez cuadras más menos, conociendo, apreciando los paisajes y la infraestructura de las casas, todas hermosas por cierto; de esta forma tendría un barrido visual de lo que la ciudad podría ofrecerme: actividades, comida, tiendas, entre otras.
En la plaza principal, la que se encuentra cercana a la municipalidad de San Martín de los Andes, y a unas pocas cuadras de la terminal de buses, encuentras a mi juicio gran parte de los principales atractivos de la ciudad, ahí en un pequeño resto bar venden empanadas de pino de horno, pero no con la carne tradicional, sino que con carne de ciervo, sabrosas y jugosas, con aliños típicos de la zona; también dentro de menú de este restaurant como de tantos otros no pueden faltar las pastas frescas, los ñoquis principalmente con salsa, pero en cada uno de ellos llama la atención la milanesa de jabalí o los diferentes cortes de este animal. Otro punto a favor para el paladar son los pasteles y las tortas, en su mayoría con base de chocolates blancos, negros y amargos.
En este viaje, de dedique un tanto a comer, y subir de peso, por lo que caminar era un gran panorama todos los días, salvo cuando comenzó la lluvia, que amenazaba con agua nieve y volver blancas las montañas que nos cobijaban.
Otro panorama es realizar la ruta de los Siete Lagos o visitar la costa del Lago Lacar, desde donde se puede tomar el bote que lleva los visitantes hasta el Parque Nacional Lanin, que forma parte de la bioesfera Andino Norpatágonica. Junto con ello también se pueden arrendar kayak, y otras cosas relacionadas con el turismo aventura, el cuál también se puede realizar en Cerro Chalpeco, al que por tiempo durante este viaje no visite.
Como fui por pocos días, y uno de ellos fui hasta Bariloche, ya que quedan relativamente cerca, no contraté tour ni nada parecido con agencias de viajes, por lo que solo me dedique a recorrer la ciudad con mapa en mano, pasando días y horas muy rápidamente.
Llegó el día del retorno a Chile, y San Martín de los Andes, nos despidió con una lluvia intensa, que ya por la altura de un pueblo llamado Junín de Los Andes, uno de los últimos indicios de civilización antes de llegar a la frontera, comenzó a nevar. Ya en aduanas unas montañas blancas nos decían adiós, por cuyas cimas asomaba un tibio sol que nos daba la bienvenida a nuestro país otra vez.
Hay un pequeña anécdota en este viaje de retorno, pero creo que da para otra historia, que más adelante les detallaré.