Durante el verano decidí tomar mi mochila e irme a recorrer algunas ciudades de Perú y Bolivia. Con la meta de conocer Uyuni, Cusco y La Paz, llegué a Calama en avión desde Santiago. Luego de cruzar la cordillera, comenzó mi viaje en territorio boliviano.
Uyuni es un poblado que está situado a unos 4.000 metros sobre el nivel del mar. Me habían advertido sobre los efectos del mal de altura (Soroche en Perú), pero como no sentí ninguno de sus efectos, no los tomé mucho en cuenta. Ya llevaba 2 días y me sentía inmune, ya que podía hacer las actividades diarias sin problemas. Sin embargo, durante la noche del tercer día comenzaron los problemas. En un principio sentí que me faltaba oxígeno, como si mi cuerpo hiciera un esfuerzo extra para respirar. Tuve que ir al baño a mojarme la cara, y debo reconocer que en un momento me asusté.
Al día siguiente, partí temprano a una farmacia para conseguir algún remedio. No me hicieron nada, ese cansancio continuaba afectándome. Hasta un tubo de oxígeno me compré, pero la verdad es que no ayudó mucho. Lo que más me llamó la atención fue que recién a estas alturas de mi estadía en Uyuni se presentaron los efectos del mal de altura. Siempre pensé que las consecuencias de estar a tanta elevación se evidenciarían apenas llegara a la ciudad.
Luego de unos días de incómodo malestar, tomé un bus a La Paz (3.600 metros de sobre el nivel del mar). En la capital boliviana, tomé el resguardo de andar siempre con una botella con agua. La única sensación que tuve fue la de mayor cansancio. Después de caminar un par de cuadras, debía detenerme a descansar. Sin embargo, nada grave. Creo que poco a poco mi cuerpo fue acostumbrándose, por lo que no me hice mayor problema (contrario a lo que me pasó en Uyuni, en donde por momentos me desesperé).
Después de unos agradables días en La Paz, me fui a Cusco (3.400 metros de altitud). Durante el viaje, me dieron té de coca, algo nuevo para mi.
No sé si fue producto de que ya llevaba unos días de aclimatación, o si fue gracias al té, pero lo cierto es que los efectos desaparecieron como por arte de magia. Ese malestar en la respiración se esfumó totalmente, para mi fortuna. Pude recorrer la ciudad, las ruinas de Machu Picchu y sus ruinas sin mayores inconvenientes, aunque con un esfuerzo un poco mayor al normal.
En resumidas cuentas, creo que lo que me ayudó a llevar de mejor manera el mal de altura, fue beber mucha agua, no consumir bebidas alcohólicas (al menos en exceso), nunca llenar el estómago cuando comía, además de tomar descansos luego de 15 minutos de caminata. Lo peor que uno puede hacer es apurarse, sobre exigirse, caminar muy rápido. Créanme, luego de un par de horas les pasará la cuenta.
Espero que se acuerden de esta nota cuando visiten estos lugares para que tomen las precauciones necesarias, y así evitar que un viaje de aventuras se transforme en un mal recuerdo.