Belfast, la capital de Irlanda del Norte, es en muchos sentidos la hermana pobre del Reino Unido. Los enfrentamientos religiosos han apartado a esta ciudad del glamour y del turismo, aunque no por eso es menos recomendable ir.
Llegué por bus y transbordador desde Glasgow y el impacto fue inmediato: sentí las miradas curiosas de la gente mientras caminaba por el centro de la ciudad, mochila en la espalda, rumbo al hostel. La mayoría de los extranjeros que vienen hasta este lugar son europeos buscando trabajo (al ser parte del Reino Unido cuentan con los mismos estándares de sueldo, pero la alta migración de los irlandeses hacia otras ciudades/países han hecho que el costo de vida sea relativamente más bajo), por lo que los turistas aún son algo poco común.
La lluvia y los días nublados son lo más común de la isla Esmeralda, por lo que hay que hacerse el ánimo, de lo contrario, te quedas sin ver la ciudad. Uno de los principales atractivos de Belfast es el museo del Titanic, en el mismo lugar donde estaban los talleres en los que se construyó la embarcación. De noche, las luces muestran exactamente dónde se realizaron los trabajos antes de que partiera rumbo a Inglaterra para su zarpe. Pero el museo no es lo único relacionado al barco. En las afueras del City Hall hay un monumento y una placa en memoria de las víctimas del naufragio.
Pero Belfast es más que el Titanic. La historia reciente de Irlanda está plasmada en sus muros, especialmente, en las zonas este y oeste de la ciudad, donde no es difícil encontrar pinturas relacionadas a los movimientos unionistas o republicanos, dependiendo del sector en el que te encuentres. Pero lejos, la imagen más impactante es la del muro construido en la Línea de la Paz. Caminar por ahí se asemeja a caminar por fuera de una cárcel: una gran muralla, con alambres en lo más alto, creando una especie de fortaleza.
Un sector que parece descuidado es el aledaño a la Universidad Queen's de Belfast, la que abrió sus puertas en 1849. Aunque está concentrada en la investigación, no está muy arriba en los ránkings internacionales, lo que ha llevado a que la mayoría de los irlandeses prefieran estudiar en Escocia u otras universidades públicas del Reino Unido.
Pero Belfast no está exenta de ese encanto típico irlandés: los bares. Abundan en los distintos rincones de la ciudad, especialmente en los callejones que a eso de las 5 de la tarde ya comienzan a llenarse de gente. No es necesario ir con un grupo de amigos, sólo necesitas entrar para que algún (o algunos) irlandeses comiencen a hablar contigo. Pero no lo hacen en afán de flirteo, si no que en el más puro sentido de iniciar conversación. Y flirtear luego.