Finlandia... Últimamente se ha escuchado hablar mucho sobre este país debido a lo desarrollado que es. Una educación de primer nivel, carreteras gratuitas, buen sistema de salud son algunas de las características que tiene este país.
Cuando viajé a Finlandia no sabía qué esperar, me imaginaba todo muy ordenado, pero no sabía como sería la gente. Fui porque tenía una amiga finlandesa que conocí mientras estaba en Francia y por eso podía hacerme una idea de cómo era la personalidad de sus habitantes, además de estar preparada para encontrarme con gente muy rubia y de tez muy blanca.
Para que vayan imaginando un poco el panorama, en Francia se dan dos besos cuando uno saluda mientras que en Finlandia se da la mano, por lo que Mia, mi amiga finlandesa, estuvo un mes tratando de acostumbrarse a los besos y abrazos, ya que era una persona acostumbrada a ser más fría.
Una vez que llegué me di cuenta de que todo lo que se habla del país es verdad, es súper desarrollado. El idioma oficial es el sueco y el finés, pero todos hablan inglés, lo que pude comprobar andando en el transporte público, donde los choferes de los buses me guiaban en un inglés fluido.
Su capital, Helsinki, tiene menos de un millón de habitantes, por lo que no es como cualquier capital en la que uno está acostumbrado al ritmo agitado, bocinas y contaminación. Nada de eso, sino más bien hay mar y mucho verde.
Me quedé en Espoo, que queda muy cerca de Helsinki y en donde tuve la oportunidad de conocer y dormir en una casa de familia finlandesa. Muchas cosas me llamaron la atención. Lo primero, es que las casas son súper amplias y tienen la costumbre de andar descalzos dentro, así que estuve obligada a sacarme mis zapatos cada vez que entraba.
Además, tienen la cultura de separar la basura en 3 tipos distintos, es una obligación para ellos, así que tienen muy en mente el cuidado del medioambiente. Por otro lado, casi todas las casas tienen un sauna incorporado, ya que cuentan con temperaturas muy bajas, así que estar en el sauna se transforma hasta en un momento familiar.
Lo que más me impresionó fue que no tuve noche. Fui en junio, donde el día dura más que la noche, por lo que debía dormir con cortinas cerradas si no quería recibir luz solar. Era la 1 de la mañana y era como estar viendo un atardecer, era increíble estar en esa parte de la tierra, en ese hemisferio que sólo recibe unas pocas horas de oscuridad en verano y unas pocas horas de luz en invierno.
A mi me encantó, me dieron ganas de conocer otras ciudades, recorrer por sus parques, ya que la vegetación abunda y la gente es muy cordial a pesar de que mantiene la distancia y sólo te ofrezcan un apretón de manos.