Cuando escucho las historias de mis amigos sobre sus nuevos viajes, sus paseos de fin de semana o su próxima visita al Carnaval de Río, siempre se habla en plural, se viaja con amigos, la familia o incluso el amigo imaginario en el caso de los que siempre me hablan de viajes pero nunca se lanzan a la aventura.
Es muy difícil lograr que ellos me cuenten historias en las que solos o solas se hayan preparado o encontrado en un destino caminando en solitario, comprando un ticket de avión para ellos sin pensar en otro, o cruzando un continente con un ticket que lo único que marca es tu nombre y el asiento contiguo es una incógnita que se develará al momento de llegar al avión, al tren, al ferry.
He viajado sola por diversos motivos muchas veces. Desde conferencias, viajes azarosos por un país en el que no tengo amigos hasta un pequeño tour en solitario en mi ciudad de origen. Viajar, para mí, es observar, y muchas veces, cuando se viaja acompañado tu nivel de observación, de inmersión, se opaca al tener a alguien que por siempre has conocido.
Viajar sola me ha dado la oportunidad de hacer amigos únicos, vivir historias que jamás hubiesen ocurrido si mi mejor amigo hubiese estado ahí. Reflexionar, compartir con gente local, entablar conversaciones en el coche comedor, ser consentida por el personal de vuelo de la aerolínea o ser rescatada por un marine en Pittsburg cuando creías que no llegarías a tu destino a tiempo. Son experiencias que guardo muy profundo en mi memoria. Están ahí, vívidos. Jamás me sentí sola, abandonada por la vida. He encontrado a otras personas que han compartido conmigo, nos hemos apoyado, entregado datos,conversado un buen café después de visitar un museo un día feriado o caminado por largas horas sin alguien a mi lado cero distracción para tomar mi fotografía ideal.
Muchos tienen miedo a estar solos, cuando en realidad tienen un miedo profundo a compartir lo incógnito y vivir la vida desde su propia experiencia.
¿Qué opinan? ¿Cómo han resultado sus viajes en solitario?