Ese día fue genial, llegué en un pequeño bus a la lejana ciudad de Puerto Natales con una maleta, desafíos y muchos sueños. Era mi primera vez a kilómetros de mi hogar en Santiago, simplemente con la idea de cumplir un ideal: ayudar a quienes no tenían recursos en ese territorio. Llevaba un libro con las costumbres y cultura magallánica, pero la experiencia fue inexplicablemente dulce en comparación a las guías de turismo que no señalan que en ese sitio existe aventura, calidez humana y sobre todo una mezclada población cuyo acento cantadito, el mate y el exquisito Calafate acompañan las gélidas tardes de Natales. Aún recuerdo que al bajar del bus, lo primero que hice fue subirme a la estatua y abrazar al Milodón, que es la figura típica de la ciudad y quien les da la bienvenida a los forasteros como yo. Fue tal mi impacto y entusiasmo que quise inmortalizar ese momento para siempre y ahora cada vez que observo esa foto, conmemoro las impactantes imágenes que resuenan en mi memoria añorando el extremo sur de Chile.