Aventuras en bicicleta: el desafío Cusco, mochileros al ataque.
“Nadie anda en bicicleta aquí, están locos”, nos dijo, a mí y Srulik, un israelí que también viajaba solo, el hombre que arrendaba motos en las cercanías del terminal de buses de “la ciudad imperial del Cusco”, como indica una grabación en español, inglés y francés ante el arribo de nuevos viajeros.
Pero, animados por el sentimiento de ser invencibles gracias a nuestros 23 años (2012), la noche de baile y ritos sanguinarios continuos del Inti Raymi, junto al uso de diversas yerbas que recomiendan las ancianas del mercado, seguimos buscando hasta dar con los instructores chilenos de rafting, en Mayuc, una agencia de turismo ubicada en el Portal de la Confituría.
Tras un par de cervezas, tuvimos bicicletas enduro durante 48 horas con tal de ver de otra forma, mucho más vertiginosa, la mundialmente afamada arquitectura de Cusco, cuyos 3.400 metros sobre el nivel del mar la tornan un desafío pulmonar y muscular de proporciones para cualquier ciclista, de modo que, antes de emprender la odisea, un buen consejo es tomar un desayuno lo más liviano posible y abundante en agua y hojas de coca, porque el corazón también se hace notar en la dureza de las bajadas sin descanso por escaleras de adoquines que no dejan ninguna posibilidad de frenar o detenerse a un costado.
Asimismo, como dato, vale la pena empezar el recorrido por la parte plana de la ciudad, es decir, el casco histórico, donde se puede apreciar la catedral, el convento jesuita y otras construcciones que dan cuenta del esplendor de la ciudad como capital del Imperio Inca, mensaje que es sellado por la gran estatua de bronce de un sacerdote prehispánico homenajeando al Sol con sus manos.
No obstante, para turistear en bici es preciso entrar a la plaza, ya que los conductores no son de lo más calmados.
Luego, para ir tomando altura, la mejor subida es Calle Plateros, a pesar de su pendiente del terror, hasta Amargura, un pasaje estrechísimo donde se pagan todos los pecados con la bici al hombro antes de tenderse un rato, tras pasar por la Cuesta Don Bosco, milagrosamente asfaltada, en la Plaza de San Cristóbal, donde también es posible jugar con alpacas, tomar helados, algunas panorámicas de la ciudad y mucho aire para caer con la libertad y la fuerza de un espíritu inca por Calle Suecia, rezando no encontrarse de frente con una moto y que en la Plaza de Armas no haya ningún auto mal estacionado. Frenamos. Sangramos como novísimos y buenos soldados incas. No podemos parar de reír.