Aventura, miedo y siete maravillosas cascadas.

Yanet Crudo Oct 19, 2017

Todo comenzó en Octubre de 2012 cuando con dos amigas decidimos viajar como mochileras durante nuestras vacaciones laborales para conocer los principales lugares de las provincias del norte argentino y parte de Bolivia. Si hay algo que caracteriza a esta región es la puna y los valles calchaquíes, que conllevan a una amplitud de paisajes y variedad de colores, completamente distintos a la periferia capitalina  que uno acostumbra. 

El plan era simple, tomar un avión desde  Buenos Aires hasta San Miguel de Tucumán y ahí empezar nuestro recorrido. Mochila gigante al hombro, nuestro primer destino fue visitar Tafí del Valle, un pueblo espléndido y colorido con sus gamas de marrón y verde y el azul del cielo que se va mezclando hacia el horizonte.  

Segundo destino: las ruinas de los indígenas Quilmes, el mayor asentamiento precolombino del país, visitarlo es una experiencia única y enriquecedora, al igual que realizar  el camino del Inca en Mendoza. Tercer destino: Cafayate, en la provincia de Salta,  finalmente lo habíamos logrado. Después de ver miles de fotos por Internet y maravillarnos con sus paisajes, bodegas y un lugar muy particular:  las 7 cascadas en Cafayate, no podíamos creer que íbamos a conocer ese lugar soñado, recóndito, a solo 6 kilómetros de la ciudad.

Claro, ustedes se preguntarán qué tienen de especial unas cascadas de agua... bueno, básicamente, conocer estas cascadas es como encontrar un oasis en medio del desierto, el cauce de agua del Río Colorado, agua del deshielo, pura y cristalina, desemboca en un marco rocoso rodeado de verde que convierte este destino en un símil paraíso, un lugar realmente digno de conocer y de fácil acceso para los turistas, sobre todo si se cuenta con auto propio.

Entonces, dispuestas a descubrir las cascadas en Cafayate, nos despertamos temprano y nos dirigimos hacia allá. Al llegar, uno tiene que escribir su nombre y apellido en una hoja con el horario de ingreso por si se pierde y al volver tiene que firmar nuevamente su egreso. Uno de los guías de descendencia aborigen diaguita se ofreció a acompañarnos por un monto de treinta pesos las tres por 3 cascadas lo que nos pareció un precio excelente ya que no teníamos mucho dinero y todavía nos faltaba mucho por recorrer, incluyendo el país de Bolivia. 

Sol de frente, agua en la mochila y un camino sinuoso pero aceptable y accesible para nosotras, llegamos a la primer cascada, maravillosa, un cauce de agua en medio de un camino rocoso y cactus por doquier. Foto por aquí, foto por allá, descanso de 5 minutos, un cigarrillo y a continuar.  Curiosa, mientras nos adentrábamos hacia la aventura, una de mis amigas preguntó si podíamos conocer una por una las cascadas en vez de solo las recomendadas  para turistas que son solo las cuatro primeras, a lo que el guía accede sin problema.

Cascada 2, me costó mucho, pero lo logré, jamás en la vida había trepado una pared o una roca gigante mejor dicho. Felicidad total al llegar: el mismo paisaje hermoso  pero más alto y con cascadas más grandes y, esta vez con los pies en el agua, tan helada como refrescante, relax total. Algunas fotos más y a seguir. 

Ya llegando a la tercera y, para agilizar, nos separamos del resto de los turistas  para elegir un camino más rápido y directo hacia las demás cascadas. Rápido, sí, peligroso, también. Yo, quejosa por demás, mis amigas, también. No era un camino para nosotras definitivamente y las zapatillas de lona debieron ser para la calle, sin dudas. De repente el miedo me ganó, ya no quería continuar y nuestro guía había perdido la paciencia. Por suerte, nos encontramos con dos chicos que, muy amables, se ofrecieron a ayudarnos para avanzar y también para volver. Nuestro guía se fue. Se fue... Y yo, no sabía que tenía miedo a las alturas hasta que conocí las cascadas en Cafayate. 

El espíritu aventurero siempre está latente pero los miedos son miedos y hay que respetarlos. Debíamos continuar subiendo hasta la próxima cascada por un semi precipicio; pálida y al borde del desmayo, uno de los chicos tuvo que sostenerme en sus brazos para que no cayera.  El retorno fue fácil y lo hice prácticamente deslizándome sentada sobre las rocas por el miedo que aún tenía. Para no olvidar.

Al día de hoy sigo recomendando conocer este lugar, es realmente hermoso y si se hace el camino indicado originalmente para turistas no hay peligro. Siempre es conveniente ir con ropa cómoda, zapatillas adecuadas, agua y protector solar. Y sin miedos.

Yanet Crudo