Gente de rodillas ingresando al templo, agradeciendo a la virgen por la sanación de un hijo, un papá, una mamá, un tío o un sobrino o quemando velas hasta su total consumación por todas las cosas buenas recibidas durante el año. Todo esto es decorado con las más diversas demostraciones de sacrificio y cariño hacia la virgen, como los coloridos bailes religiosos que parecen haber nacido allí, junto al templo grande y haberse quedado detenidos en el tiempo, bailando eternamente (porque son los mismo que ves cada año). Éstas son solo algunas de las postales con las que uno se puede encontrar en la fiesta religiosa de Andacollo.
Pero ¿Cómo nace la tradición de esta fiesta? Cuenta la leyenda que luego de la devastación de La Serena en 1549, por parte de los nativos del sector de Copiapó, un grupo de españoles huyeron y, entre las montañas, ocultaron la imagen de la virgen que data desde esa época. El indio Collo encontró la figura y, no solo eso, sino que además habría escuchado la voz de la virgen que decía “Anda, Collo, invita a tu pueblo a conocerme y a conocer al verdadero Dios”. Collo tomó la imagen y la llevó hasta su casa para rendirle culto, desde entonces los lugareños comenzaron a ofrecerles sus danzas y bailes chinos (desde 1585) y todo tipo de agradecimientos por los miles de favores concedidos.
En la actualidad, Andacollo tiene una población de 10.288 habitantes y durante la fiesta grande (26 y 27 de diciembre) recibe a más de 200.000 peregrinos que llegan a la festividad. Entre ellos, cientos de familias cuya mayor herencia recogida de sus ancestros fue la fe, un ejemplo de esto son “Los Navarrete”.
Familia Devota
La aventura parte, tradicionalmente, a las 4 de mañana del día 25 ¿Por qué? Porque la idea es respetar y replicar la misma historia de nuestros ancestros. La devoción viene desde fines del siglo XIX cuando Rodolfo Navarrete Fuentes, un hombre ingenioso y patiperro llegó hasta la localidad de Andacollo y junto a otros peregrinos fundó el pueblo de Churrumata. Él, siempre católico, conoció ahí a la virgen, se hizo devoto y heredó, no solo parte del pueblo sino que la propia fe a sus mismos hijos: Nolberta, Mario, Miguel, Juan, Claudina e Isabel. Ellos, debían viajar cada 25 de diciembre en “burritas”, camiones o buses de antaño que sólo llegaban hasta La Serena y, de ahí para llegar hasta Andacollo, no quedaba otra alternativa que subir la montaña en burro. Así crecieron ellos, se casaron, traspasaron la convicción a sus esposas y esposos y consecutivamente a sus hijos, nietos y bisnietos.
Hoy son decenas los “Navarrete” que llegan cada año a las festividades. Son tantos que se vieron en la obligación de hacer unas poleras que los identificaran, ya que siempre hay una “polola nueva”, un último nieto nacido, etc, que no todos conocen. Porque si bien son una “Gran Familia” no se ven mucho durante el año, es raro que algunos se llamen e incluso se visiten, pero todos tienen el compromiso tácito de ir a ver a la virgen y encontrarse allá como familia, específicamente, en el ala izquierda del templo grande. Ahí se reúnen en la primera misa del día 26, donde se presentan los fieles y los “caciques” de los grupos de baile religiosos para pedirle permiso a la virgen y comenzar así sus danzas tradicionales. Resaltan los colores vivos de los bailarines entre la palidez del pueblo cuyos tonos típicos son más bien amarillentos y grisáceos debido a la sequedad de la zona, que durante esta época se ve más alegre y emotiva que nunca al son de los Bombos, cajas, pitos, flautas y tambores que dan ritmo a los danzantes que, al rayo del sol, bailan, bailan y bailan.
Durante la tarde del día 26 se realiza la tradicional procesión en donde todos los fieles rodean la cuadrícula principal del pueblo con la virgen a cuestas. Finalmente, se concluye la fiesta con el traslado de la virgen al templo chico el día 27. Este es el momento donde todos se despiden entre cánticos, globos, flores y lágrimas hasta el próximo año para volver a viajar, agradecer, pagar mandas y volver a pedir cosas pequeñas, grandes e imposibles también, porque confían que para “la chinita” de Andacollo nada es imposible.
Portada: Imagen CC Andrés Briones