¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando piensas en Japón? En mi caso es: sushi, karaoke, “Perdidos en Tokio”. Y templos y kimonos y animé y un largo etcétera. Por lo mismo, cuando fui al archipiélago intenté recorrer lo más posible en tan sólo 8 días. Y fue un GRANDÍSIMO ERROR. Intenté hacer tanto en tan poco tiempo que terminé completamente agotada y sin ánimo para visitar una sola atracción más.
Aunque la época más recomendada para viajar es a fines de marzo o principios de abril, cuando los cerezos (sakura, en japonés) están floreciendo y se puede observar la belleza en su esplendor, yo fui en junio, justo cuando comenzaba el verano y me topé con un tifón que estaba en retirada, así que hubo mucha lluvia y bastantes días nublados, pero con temperaturas agradables. Como planeaba recorrer varios lugares, antes del viaje compré un Japan Rail Pass, que es un pase que te permite viajar de forma ilimitada en la mayoría de los trenes de alta velocidad (shinkansen) entre ciudades y, en algunos casos, en los trenes dentro de la ciudad, como es el caso de Osaka y Tokio.
Aterricé en Osaka y lo primero que hice fue tomar desayuno en McDonald's. O al menos, esa era mi intención. Pero al llegar, descubrí que, aunque habían fotos de todo el menú, TODO estaba en japonés. Para mi suerte, en la fila un peruano me preguntó si yo hablaba español y me enseñó lo básico para ordenar algo de comer... y me invitó al desayuno. Ahí comprendí lo importante que sería descargar una app en cuanto llegara al hostel.
La ventaja de viajar sola, es que puedes acomodar tus tiempos y horarios a tu gusto, así que mis días son tan largos como el cuerpo aguante. En mi primer día recorrí el Castillo de Osaka, algún templo que encontré en el camino (es lo que más hay en cualquier ciudad de Japón, así que no es difícil perderse un par de horas en alguno), el centro de la ciudad y el acuario. La idea era ir al día siguiente a Universal Studios de Osaka, un lugar realmente increíble, pero, en mi experiencia, siempre los parque temáticos se disfrutan más con amigos.
Desde Osaka partí a Kyoto. Ahí fue donde me enamoré de Japón. Y donde me di cuenta del gran error que había cometido. El Templo del Pabellón de Oro (Kinkaku-ji), el Templo del Pabellón de Plata (Ginkaku-ji) y el barrio de las geishas (Gion) son realmente sorprendentes, y una noche en la ciudad no eran suficientes para empaparse de su magia. Aunque sí de la lluvia, que cayó sin parar durante mis breves 24 horas de visita.
La siguiente parada de mi viaje fue Hiroshima. ¿Cansad@? Sí, a esas alturas yo también lo estaba. Para "mejorar" aún más las cosas, olvidé anotar la dirección de mi hostel y una vez en la ciudad descubrí que había reservado en Miyajima, una isla a unos 30 minutos de viaje (la que visitaría al día siguiente y cuya principal atracción es un templo sintoísta construido sobre el agua) y no en Hiroshima mismo. Me acerqué a la oficina de informaciones de la estación de trenes de Hiroshima y en un limitado inglés me lograron explicar (tras media hora de lenguaje de señas) mi error en la reserva y recomendarme un lugar donde pasar la noche.
Hiroshima es realmente impactante. Estar en el punto cero de la bomba atómica, ver el edificio icónico de ese hecho y visitar el museo Memorial de la Paz de Hiroshima generan sensaciones que creo sólo son explicables cuando estás ahí. Hay una atmósfera de dolor en torno al lugar que es muy fuerte, y las fotografías, objetos y testimonios que están en el museo no lo hacen más simple. La ciudad se ha reconstruido completamente, incluido el castillo de la ciudad (construido en 1591) que fue totalmente destruido con la bomba.
El siguiente y último paso de mi visita estaba unos 800 kms al norte: Tokio. Aunque a esas alturas, Kyoto se había robado mi corazón, la capital japonesa tiene mucho que ofrecer. Lo más importante para visitar bien la ciudad es perderse en la estación de Tokio, algo que es tan fácil como entrar e intentar averiguar desde cuál plataforma sale el tren que necesitas, en medio del mar de gente que te lleva de un lado a otro, haciendo que el metro de Santiago parezca un juego de niños.
Si bien es Tokio donde más lugares me quedaron pendientes por visitar, sí cumplí con una vuelta por la cervecería Asahi, el museo de Edo-Tokio, visitar el parque Harajuku un domingo, ir al tradicional cruce peatonal de Shibuya, y por cierto, ir a la calle Takeshita, una especie de Patronato pero japonés (no es la descripción más justa del lugar, pero para que se hagan una idea). Me quedé con las ganas de escalar el Monte Fuji, pero debo decir que a esas alturas, después de todo lo caminado y lo visto, tuve suerte de encontrar fuerzas para acarrear mi maleta de vuelta al aeropuerto.