Esta es la continuación de Recorriendo Laos: una prueba personal (Parte 1)
Desde Nong Khiaw a Hanoi
Ya al otro día, esperando un buen viaje hacia Luang Prabang, nos topamos con una nueva anécdota: ese día sencillamente no había bus, así que todos viajaríamos en una camioneta-taxi, muy común en el Sudeste Asiático. Miré al resto de turistas y de verdad no comprendía que nadie dijera nada al respecto, mucho menos Leo, por lo que asumí que mi exageración era producto de mi tristeza al no recorrer en barco tal como lo deseaba, así que junto a gallinas y sacos de trigo nos dispusimos a viajar. Fueron casi 4 horas de ese verde que caracteriza a Laos: lleno de matices provenientes de las distintas plantaciones, sobre todo la de arroz, una de las principales actividades del país. Llegar a Luang Prabang es historia aparte; por algo la ciudad es Patrimonio de la Humanidad, lo cual se nota entrando a su área central, la que disfrutamos por 4 días.
En Vientiane, capital del país, conocimos el ritmo de una metrópolis totalmente diferente a las ya vistas, donde realmente no hay prisa y los cerca de 700.000 habitantes con los que cuenta parecieran no estar en la ciudad. Aquí pudimos apreciar las hermosas construcciones coloniales que por lo general son edificios administrativos, además del Budda Park, el Patuxai (Arco del Triunfo) y la vida que se desarrolla a orillas del Mekong, en una costanera desde donde se divisa Tailandia a pocos kilómetros. Pero nuestro destino era Hanoi, capital de Vietnam, así que nuevamente tomamos un bus, sleeper, ya que serían 24 largas horas sobre ruedas.
Acá coronamos el recorrido con algo que debimos suponer: ese día no había bus con baño y en vez del lindo y moderno modelo que nos habían ofrecido anteriormente, solo nos esperaba una maquina de los años 80. Sinceramente caí en depresión. Por un lado pensaba que nos estaban estafando y por otro me imaginaba a mi sin baño por 24 horas -!inhumano para cualquiera!-, me dije en ese momento. Debo admitir que por eso también me cayeron lágrimas, pero mirando al resto de mis compañeros de viaje, los niños y la gente que tenía que dormir en el pasillo porque no encontró pasaje, reflexioné y me di cuenta de mi estupidez: mi estilo de vida me tenia sumergida en la comodidad, la inmediatez y la falta de sinsabores, lo que me hizo ver una tragedia en algo sumamente cotidiano para los laosianos y en realidad, para muchas otras personas. En ese momento entendí que más allá de la rica comida, los baratos hoteles y los lindos paisajes, había adquirido algo mucho más importante en este viaje de 8 días: la realidad de una nación sin presiones que vive el día a día con las herramientas que tiene y que refleja su paz con una tímida sonrisa.
Las 25 horas se me hicieron nada entre los intentos de conversación con señas, las paradas a comer en sus "picadas" rurales y las bajadas a orinar cada 4 horas junto al grupo de laosianas que viajaban con nosotros. Una experiencia claramente inolvidable.