Casi las 6 de la tarde y ya sobrevolamos el JFK. Cuando has deseado algo por tantos años y al fin lo tienes cerca, no alcanzas a dar crédito. Pero allí está. Pequeña, distante. Quizás mera ilusión. La Estatua de la Libertad al costado del ala izquierda del avión es nuestro primer contacto con La Gran Manzana. “La foto no les hace honor, se ven mejor en persona”, son las primeras palabras que oímos de un neoyorquino, nuestro agente de aduanas. Rumbo al Hotel Pennsylvania. Registrarse es sencillo, un cambio de calzado y a la calle. No hay tiempo para perder en NYC cuando solo tienes cinco días y algunos dólares. Primera caminata, del Madison Square Garden a Times Square.
Apura, apura dicen nuestros pies, pero los ojos quieren registrarlo todo. Foto aquí, foto aquí. Caminar por Manhattan es revivir películas, series, videos, libros. Taxis amarillos, patrullas de NYPD, buses, gente, gente, gente. Y de pronto, Times Square. Encendido, brillante, glamoroso. Un policía nos muestra dónde está el edificio MGM, el edificio Uno de Times Square, desde el cual cae la gran esfera de fin de año, y Broadway, donde cada musical es una tentación poco asequible para nuestro limitado presupuesto.
Amanecer en Manhattan es pensar en desayuno americano. Estómago lleno, mochila, agua y buenos zapatos para caminar rumbo a Central Park, con su lago, sus veredas, sus puentes -a veces tenebrosos- y gente. Una franelita, unos llaveritos, siempre es bueno comprar un suvenir. Clic aquí, clic allá. Hotel Plaza, la Catedral de San Patricio, los típicos carruajes, lo más chic de 5th Avenue, Apple y Fao Swarz, donde sin duda hay que entrar para sentirse niño otra vez.
Tras la noche neoyorquina nos embarcamos en una nueva aventura. Mochila, agua, mapa, zapatos de caminar y a la calle otra vez. Algunas compras, pocos encargos y veremos a Prometeo. ¡Ya! Rumbo al Rockefeller Center. En el camino mil cosas para ver. Radio City Music Hall y el MOMA, de las más significativas. Un set de grabación de NBC nos sorprende, así que lo disfrutamos por un ratito. Ya veo a Prometeo. Siempre pensé que era más grande, sin embargo es igualmente hermoso. Un cafecito allí, y arriba. Al Top of the Rock. 70 pisos a una velocidad vertiginosa. ¿La primera vista?El hermoso Central Park en toda su extensión. Edificios, calles, mar. Manhattan 360°. Esto hay que disfrutarlo tanto como se pueda.
Al bajar, seguimos dando vueltas. En cada calle algo por descubrir. Lugares célebres, sitios no tan famosos pero igualmente llamativos. Time Warner, CNN,The New York Times, la famosa escultura LOVE de Robert Clark, el edificio Chrysler, la torre Trump y tantos más. Tiempo de comer. Columbus Circle es buen sitio. Luego, el Lincoln Center. Solo de paso porque ni el tiempo ni el dinero alcanzan para disfrutar algún espectáculo.
Un nuevo día, tiempo de compras. En Manhattan hay tiendas para todos los gustos y presupuestos, pero sin duda hay que visitar Macy´s y Victoria Secrets. Por la tarde, un pequeño paseo nos lleva hasta el emblemático Empire State. Lo único gratis aquí es el hall, donde puedes fotografiarte con King Kong.
Casi el último amanecer y no podemos irnos de NYC sin ver la Estatua de la Libertad. Buscamos la estación más cercana del Metro y rumbo al bajo Manhattan. En Battery Park tomamos un ferry hasta Liberty Island. ¿Subir al mirador? Un sueño que se volvió trizas, pues no sabíamos que había que comprar las entradas con semanas de antelación. Aun así disfrutamos todo el paseo. De regreso, pasamos por la llamada Zona Cero, donde alguna vez estuvieron las Torres Gemelas. Un minuto de silencio y nos vamos al distrito financiero. Foto con el torito, foto en Wall Street, City Hall, Palacio de Justicia y Brooklyn Bridge.
Apuramos el paso para ver Chinatwon, Little Italy, Tribeca y el Soho. Apenas si alcanzamos a disfrutar lo más famoso de cada uno. Antes de caer derrotadas por el hambre, un delicioso plato de pasta en Little Italy nos devuelve a la vida. Nos duelen ya las rodillas, pero hay que seguir. Union Square, la calle Bowery y comienza a anochecer. Siempre con el Empire State en vista, punto referencial de nuestro hotel, seguimos caminando. Al fin llegamos. Hora de dormir.
Amanece y apenas si hay tiempo de rehacer las maletas. Ya llega el transporte que nos llevará al JFK. El camino es largo. El tiempo alcanza para recordar que en Manhattan las calles echan humo, y que en cualquier esquina puedes ver una historia de película, como aquella que disfrutamos camino a Central Park: Una conductora de limusina se detiene en pleno tráfico, baja a medias del auto y canta. Una canción de amor, suponemos por su expresión. ¿A quién? Nunca lo sabremos. Aunque podríamos volver a Manhattan cualquier día para averiguarlo.